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Sócrates aconsejaba educar a los ciudadanos de la República, y asignarles funciones, de acuerdo a tres clases: gobernantes, ayudantes y artesanos. Una sociedad estable exige respeto de esa jerarquía y la aceptación, por parte de los ciudadanos, de la condición social que se les ha conferido. Pero ¿cómo obtener esa aceptación? Incapaz de elaborar una argumentación lógica, Sócrates forjó un mito. Con cierto embarazo, dice a Glaucón:
“Hablaré, aunque en realidad no sé como mirarte a la cara, ni con que palabras expresar la audaz invención … Hay que decirles [a los ciudadanos] que su juventud fue un sueño, y que la educación y la preparación que les dimos fueron sólo apariencia; en realidad, durante ese tiempo se estaban formando y nutriendo en el seno de la Tierra…”Glaucón no puede resistir y exclama: “Buena razón tenías para sentirte avergonzado de la mentira que ibas a decirme”. “Es cierto — responde Sócrates—, pero todavía falta; sólo te he dicho la mitad.”
“Ciudadanos, les diremos, siguiendo con el cuento, sois todos hermanos, si bien Dios os ha dado formas diferentes. Algunos de vosotros tenéis la capacidad de mandar, y en su composición ha puesto oro; por eso son los que más honra merecen; a otros los ha hecho de plata, para que sean ayudantes; a otros aún, que deben ser labradores y artesanos, los ha hecho de bronce y de hierro; y conviene que, en general, cada especia se conserve en los hijos… Un oráculo dice que cuando la custodia del Estado esté en manos de un hombre de bronce o de hierro, eso significará su destrucción. Este es el cuento. ¿Hay alguna posibilidad de hacer que nuestros ciudadanos se lo crean?”
Glaucón responde: “No en la generación actual; no hay manera de lograrlo; pero sí es posible hacer que sus hijos crean ese cuento, y los hijos de sus hijos, luego toda su descendencia”.
Glaucón formuló una profecía. Desde entonces, el mismo cuento, en diferentes versiones, no ha dejado de propalarse y ser creído.
— Tomado de la introducción de “La Falsa Medida del Hombre”, de Stephen Jay Gould
Hacia fines de la década de 1990 conocí el trabajo del gran paleontólogo y divulgador científico Stephen Jay Gould, autor de algunos de los libros que más he disfrutado. Rápidamente, mi colección se enriqueció con sus publicaciones, desde el Pulgar del Panda, hasta ese enorme mamotreto que corresponde a “The Structure of Evolutionary Theory”, que no tuve el valor ni el tiempo de leer.
Hoy algunos tomos faltan en mi biblioteca, como el Pulgar del Panda y quizás el que más me duele haber perdido, “La falsa medida del Hombre”, seguro ahora reposa en la biblioteca de algún amigo o amiga al que se lo presté. Los libros son así, orgullosos, si los prestas se sienten menospreciados y no vuelve a ti. A veces algunos sufren el honor de ser secuestrados y quedan atrapados en bibliotecas foráneas.
Como sea, tras publicar mi anterior artículo sobre la posible disminución de la inteligencia, recordé el tema principal de aquel libro, que corresponde a una crítica a la idea del determinismo biológico. En su revisión expandida incluye una crítica al controversial libro “The Bell Curve”, de Hermstein y Murray, quienes sostienen en su libro que la inteligencia humana está substancialmente influenciada por factores heredados y ambientales, y que es un gran predictor del desarrollo personal, incluyendo el desempeño financiero y laboral, e incluso para predecir si la persona cometerá actos criminales.
Jay Gould, en una reseña publicada en The New Yorker, nos dice que el libro “no entrega argumentos novedosos y tampoco presenta datos concluyentes para soportar su darwinismo social anacrónico”, además “los autores omiten hechos, hacen mal uso de métodos estadísticos y parecen reacios a admitir las consecuencias de sus propias palabras”. En suma, se trata de una tesis racista disfrazada de estudio estadístico, basado en el estudio selectivo del coeficiente intelectual de ciertas poblaciones, con el fin de crear la idea de que existe cierta “elite cognitiva”, que corresponde por supuesto a la raza blanca.
El libro de Gould, por otro lado, nos introduce en la historia del “racismo científico”, mostrando por ejemplo algunos trabajos iniciales sobre la medida de la inteligencia, como la craniometría, hasta llegar al trabajo de Hermstein y Murray.
Gould nos muestra que muchos estudios de coeficiente intelectual han sido sesgados por la idea de que el comportamiento humano de una raza de personas se explica por la herencia genética.
La tesis de Gould parte con una crítica al concepto de inteligencia, según este autor: «la abstracción de la inteligencia como una entidad única, su localización exclusiva en el cerebro, su cuantificación para cada persona y el uso de estos números para ordenar a las personas en una escala de valor, para invariantemente descubrir que los grupos raciales, clases sociales o sexos oprimidos y en situación de desventaja son innatamente inferiores y merecen su estatus.»
.Para Gould hay dos falacias en las que se cae cuando se estudia este espinoso tema. La primera es la cosificación, es decir, nuestra tendencia a convertir conceptos abstractos en entidades, como por ejemplo el coeficiente intelectual. La segunda falacia es la tendencia a ordenar en una escala ascendente variables muy complejas.
Esto último es bastante relevante, porque como veremos en los siguientes artículos que publicaré, suelen ser falacias que también son usadas en el día a día en muchos entornos laborales, como por ejemplo, en las famosas evaluaciones de desempeño, o incluso en distintos tipos de modelos de gestión de personal.
Los espero para mi próxima entrada, en que hablaremos de la falsa medida de los desarrolladores de software.
Por cierto, con respecto al estudio de coeficiente intelectual que mencioné en mi anterior entrada, los investigadores tuvieron cuidado de no caer en esta trampa. Se verificaron si factores como la inmigración podía explicar la caída de estos números, cosa que fue descartada al comprobarse que el descenso del valor del CI se daba entre miembros de las mismas familias durante el paso de diversas generaciones. En otras palabras, hijos y nietos presentaban menores puntajes en los tests de inteligencia cognitiva que sus padres y abuelos. De todas maneras, el tema es controversial y discutible.