Galeano sobre Alan Turing
Este video es parte de una charla de Eduardo Galeano dada en Los Angeles en junio de 2009, el texto de más abajo está tomado de su libro Espejos:
por Eduardo Galeano (vía partido pirata argentino)
Por no ser macho, lo que se dice macho, hombre de pelo en pecho, Alan Turing fue condenado. Él chillaba, graznaba, tartamudeaba. Usaba una vieja corbata a modo e cinturón. Dormía poco y pasaba días sin afeitarse y corriendo atravesaba las ciudades de punta a punta, mientras mentalmente iba elaborando complicadas fórmulas matemáticas.
Trabajando para la inteligencia británica, unos años atrás, había ayudado a abreviar la segunda guerra mundial cuando inventó la máquina capaz de descifrar los indescifrables códigos del alto mando militar de Alemania.
Para entonces, ya había imaginado un prototipo de computadora electrónica y había echado las bases teóricas de la informática moderna. Después, dirigió la construcción de la primera computadora que operó con programas integrados. Con ella, jugaba interminables partidas de ajedrez y le formulaba preguntas que la volvían loca y le exigía que le escribiera cartas de amor.
La máquina obedecía emitiendo mensajes más bien incoherentes.
Pero fueron policías de carne y hueso los que en 1952 se lo llevaron preso, en Manchester, por indecencia grave.
Sometido a juicio, Turing se declaró culpable de homosexualidad.
Para que lo dejaran libre, aceptó comenterse a un tratamiento de curación.
El bombardeo de drogas lo dejó impotente. Le crecieron tetas. Se encerró. Ya no iba a la universidad. Escuchaba murmullos, sentía miradas que lo fusilaban por la espalda.
Antes de dormir, era costumbre, comía una manzana.
Una noche, inyectó cianuro en la manzana que iba a comer.